Toda innovación automovilística rueda hacia su primera curva cerrada, y en el retrovisor de la historia, el primer accidente de coche nos recuerda que incluso las carreteras más lisas tienen sus baches. Imagínese los albores del automovilismo, cuando el sonido de un motor era un susurro futurista y cada kilómetro recorrido era un nuevo hito. Conducir, un arte que combina técnica e intuición, no era para todos. Algunos nacieron para sostener un volante, otros no (un poco como algunos nacieron para cocinar, y otros… ¡deberían mantenerse alejados de los fogones!) Sin estos pioneros del volante, dispuestos a abrazar lo desconocido, nuestro mundo habría permanecido sumido en la lentitud.
Volvamos a 1885, cuando Carl Benz cambió las reglas del juego con su patente del primer motor de gasolina, sentando las bases de lo que se convertiría en el culto al automóvil. La gasolina corría por las venas de los innovadores, cada uno deseoso de dejar su huella en el asfalto de la posteridad. El automóvil ya no era un sueño limitado a los audaces; se convirtió en el caballo de hierro de la era moderna, una promesa de libertad y aventura. La carretera estaba abierta, jalonada de hazañas y derrapes controlados, un patio de recreo para los que se atrevían a desafiar lo ordinario.
John William Lambert
En el brumoso taller de la historia del automóvil estadounidense, John William Lambert es un pionero olvidado, eclipsado por los brillantes faros del Ford Modelo T. Sin embargo, Lambert, con su audaz visión, puso los primeros adoquines en la avenida del automóvil fabricado en EE.UU.. Imagínatelo, en el Ohio de finales del siglo XIX, con las manos ennegrecidas por la grasa y los ojos brillantes de ingenio, dando forma a lo que se reconocería como el primer automóvil estadounidense. A pesar de sus innovaciones, su nombre sigue siendo un susurro en los pasillos de los salones del automóvil, un eco bajo el rugido de los motores modernos.
Nacido bajo el cielo gris de Ohio, Lambert inyectó su genio en el motor de gasolina, patentado en 1887, una estrella fugaz en el cosmos automovilístico. No fue sólo un inventor; fue un soñador que vio más allá de los maizales de Ohio, un hombre que transformó las herramientas agrícolas en joyas mecánicas. Su creación, una curiosidad de tres ruedas más parecida a una carreta que a una berlina, navegaba en la oscuridad, lejos de los ojos curiosos. (¡Y tú que pensabas que conducir con una rueda de repuesto era un reto!) Cada giro de la rueda era un susurro del futuro, un paso más hacia la era en la que el automóvil reinaría supremo sobre las carreteras y los corazones.
El accidente
En las polvorientas carreteras de Ohio City en 1891, un acontecimiento sin precedentes marcó la historia del automóvil: el primer accidente de coche, con John Lambert al volante. Lambert, conductor exclusivo de sus propias creaciones, tuvo un percance con uno de sus coches Lambert, muy probablemente el prototipo original, dada la época. Imagínese la escena: una carretera sin asfaltar, un Lambert circulando a ritmo moderado, cuando de repente una traicionera raíz de árbol provoca el primer baile incontrolado del coche con el destino.
Ese día, Lambert y su pasajero, James Swoveland, experimentaron una nueva faceta del automovilismo: el incidente. Afortunadamente, su modesta velocidad les salvó de sufrir lesiones graves (algo así como chocar contra una tortuga no te haría mucho daño, ¿verdad?). Este incidente fue una revelación para Lambert, quien, en un arranque de innovación en materia de seguridad, se planteó añadir puertas a los coches. Con los años, Lambert no sólo sobrevivió al accidente, sino que prosperó, obtuvo más de 600 patentes y moldeó la industria a su imagen y semejanza. Sin embargo, a pesar del reconocimiento -coronado con el premio «Best in America» en 1905-, el brillo de Lambert se fue apagando ante el auge de gigantes como Ford, dejando su legado mecánico como un tesoro oculto en los meandros de la historia del automóvil.